domingo, 14 de octubre de 2012



Arena y vida

Comencé mi siembra en un desierto hace mucho mucho tiempo sin posibilidad de elección, la vida me dijo entonces que ese era el lugar que había elegido para mi como nuevo punto de partida y obedientemente asumí mi nueva realidad; reconozco que al principio cuando miraba el horizonte solo era capaz de ver una vasta extensión de arena infinita y sentía que el calor se hacía insoportable y me faltaba el aire; recuerdo que por aquel entonces la mayoría de las personas cercanas se asomaban prudentes y escépticas a mi infecundo mundo y su conclusión era siempre la misma “es imposible que de aquí brote vida”, me decían; introduje mi mano en un bolsillo y descubrí en su fondo tres pequeñas semillas ,las saqué de el  para observarlas mejor y sentado en la arena comencé a llorar como nunca antes lo había hecho pensando en como podría bajo esas condiciones hacer prosperar esos pequeños seres que me había encomendado el destino; entonces al ver correr mis lagrimas se me ocurrió una idea, las regaría con ellas  para mantenerlas con vida, así puntualmente cada noche las mojaba con el fruto de mi tristeza y durante el día las cubría con mi cuerpo para evitar que el abrasador sol las dañara, y de ese modo esos diminutos seres se convirtieron en el centro de mi desértico universo, y pasaron los días, y brotaron y comenzaron a crecer como es ley de vida ; un día me di cuenta de que mis lagrimas ya no eran suficientes para sustentarlas y que debía tomar una decisión al respecto, las guardé cuidadosamente en mi morral, eché un minucioso vistazo al horizonte y comencé a caminar bajo el abrasador sol siempre sin mirar atrás, abrumado por la incertidumbre y el miedo, utilizando el sol y la luna como punto de referencia en mi ardua hazaña, y pasaron muchos soles y muchas lunas y un millón de kilómetros de arena bajo mis pies doloridos y, un afortunado día de hace mucho tiempo, cuando ya me creía caminando en círculos divisé un pequeño oasis escondido tras la línea horizontal que cose el cielo con la tierra; cuando alcance su borde y el agua clara bañó mis pies, en ese preciso instante mis lagrimas brotaron de nuevo, pero esta vez ya no había en ellas residuo alguno de tristeza sino todo lo contrario, pensé en que mis pequeñas semillas tendrían un futuro próspero y  me invadió una alegría tan infinita como lo era el desierto que había recorrido; así fue, esos brotes son hoy por hoy vigorosos árboles que dan sombra de vida a otras semillas y les facilitan su  imparable ascenso hacia el sol, y es  así como mi pequeño oasis, en medio del vasto desierto se convirtió en un fructífero bosque lleno de vida en el que mis lagrimas ya no son necesarias y los ramales de los árboles me procuran sombra y deliciosos frutos velando por  mi felicidad cada día.


“le dedico esta historia a mi madre dondequiera que esté, el sol y la luna que me guía en cada paso y a mis tres hermanos pequeños, tres preciosas semillas que son mi oasis en el mundo”

Saúl



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