Arena
y vida
Comencé mi siembra en un desierto hace mucho mucho tiempo sin
posibilidad de elección, la vida me dijo entonces que ese era el lugar que
había elegido para mi como nuevo punto de partida y obedientemente asumí mi
nueva realidad; reconozco que al principio cuando miraba el horizonte solo era
capaz de ver una vasta extensión de arena infinita y sentía que el calor se
hacía insoportable y me faltaba el aire; recuerdo que por aquel entonces la
mayoría de las personas cercanas se asomaban prudentes y escépticas a mi
infecundo mundo y su conclusión era siempre la misma “es imposible que de aquí
brote vida”, me decían; introduje mi mano en un bolsillo y descubrí en su fondo
tres pequeñas semillas ,las saqué de el para observarlas mejor y sentado
en la arena comencé a llorar como nunca antes lo había hecho pensando en como
podría bajo esas condiciones hacer prosperar esos pequeños seres que me había
encomendado el destino; entonces al ver correr mis lagrimas se me ocurrió una
idea, las regaría con ellas para mantenerlas con vida, así puntualmente
cada noche las mojaba con el fruto de mi tristeza y durante el día las cubría
con mi cuerpo para evitar que el abrasador sol las dañara, y de ese modo esos
diminutos seres se convirtieron en el centro de mi desértico universo, y
pasaron los días, y brotaron y comenzaron a crecer como es ley de vida ; un día
me di cuenta de que mis lagrimas ya no eran suficientes para sustentarlas y que
debía tomar una decisión al respecto, las guardé cuidadosamente en mi morral,
eché un minucioso vistazo al horizonte y comencé a caminar bajo el abrasador
sol siempre sin mirar atrás, abrumado por la incertidumbre y el miedo,
utilizando el sol y la luna como punto de referencia en mi ardua hazaña, y
pasaron muchos soles y muchas lunas y un millón de kilómetros de arena bajo mis
pies doloridos y, un afortunado día de hace mucho tiempo, cuando ya me creía
caminando en círculos divisé un pequeño oasis escondido tras la línea
horizontal que cose el cielo con la tierra; cuando alcance su borde y el agua
clara bañó mis pies, en ese preciso instante mis lagrimas brotaron de nuevo,
pero esta vez ya no había en ellas residuo alguno de tristeza sino todo lo
contrario, pensé en que mis pequeñas semillas tendrían un futuro próspero
y me invadió una alegría tan infinita como lo era el desierto que había
recorrido; así fue, esos brotes son hoy por hoy vigorosos árboles que dan
sombra de vida a otras semillas y les facilitan su imparable ascenso
hacia el sol, y es así como mi pequeño oasis, en medio del vasto desierto
se convirtió en un fructífero bosque lleno de vida en el que mis lagrimas ya no
son necesarias y los ramales de los árboles me procuran sombra y deliciosos
frutos velando por mi felicidad cada día.
“le dedico esta historia a
mi madre dondequiera que esté, el sol y la luna que me guía en cada paso y
a mis tres hermanos pequeños, tres preciosas semillas que son mi oasis en el
mundo”
Saúl
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