martes, 14 de junio de 2016


Renacer


         

                                    

Y al llegar el alba, la luz descubría al mundo la concéntrica obra maestra engarzada por millones de lágrimas nacidas de la eterna noche ya caída, el sol del nuevo día contemplaba la tela de la araña, cortante y gélida como una gema al principio, etérea e invisible como el aire después, suspendida su dueña en el centro del mundo, protagonista exclusiva de lo bello y lo trágico del todo, sabia conocedora de la efímera levedad de lo eterno, absorbiendo mientras dure el día toda la luz y calidez que el generoso sol ofrece, sabedora prudente de que el mismo sol radiante, purificadora brisa o nutritiva lluvia, pueden tornarse mañana en abrasador fuego, vendaval o tormenta y destruir en un segundo el trabajo de una vida; la araña entonces buscará paciente otro claro en el bosque, al lado de un tronco o una piedra donde depositar su hilo milagroso y, al culminar la magistral geometría de su obra mecida por el viento, refrescada por la lluvia, templada por el sol, dará gracias de nuevo por el mundo y sus regalos atrapados en su tela o contemplados desde ella, henchida su alma y centinela fiel de las emociones recogidas por sus hilos infinitos.

 Saúl