domingo, 7 de abril de 2013










Sara 



Solo un hilo de luz que acarició su rostro burlando el desconchado portón de la contraventana antigüa le descubría de nuevo el amanecer del mundo, y en el instante mismo en que rebasó la línea que separa lo soñado de lo vivido, fue consciente de la oscura y profunda noche en la que su alma llevaba sumida desde aquel trágico día.

En efecto, todo lo que la rodeaba había adquirido  una pesadez insoportable, el aire le resultaba casi tóxico y sus ilusiones eran ahora como una losa inmensa amarrada a un pie que inútilmente trataba de mover a diario y que la hacía permanecer irremediablemente  siempre en la misma posición ante la vida.

Sara se incorporó en la cama con dificultad, llevaba tanto tiempo postrada en ella  que todos sus músculos estaban contracturados y se estiró lentamente del modo en que lo haría un perezoso tridáctilo en la selva, como si quisiera que el mundo no detectara su presencia en el; se dirigió a la cocina, preparó un café y mientras se gestaba al fuego encendió el primer cigarrillo de la mañana sentada en su taburete azul.

Luis le habría reprendido por andar descalza, pensó, el solía hacerlo por cosas así , como  cuando por la noche se quedaba dormida en el sofá viendo la televisión, vas a acabar siendo una vieja encorvada, le decía.

En realidad esa mañana no se puso las alpargatas a propósito, esperando en cualquier momento escuchar su voz desde el final del pasillo diciendo: el suelo está helado, vas a coger un pasmo.

Todavía no se sentía preparada para enfrentarse a la realidad, en el fondo sabía que estaba sola, ese afán proteccionista era un espejismo del pasado, como lo era el aroma de la casa a Carolina Herrera 212, las largas conversaciones en esa misma cocina durante las cenas diarias, los abrazos antes de despedirse ambos para ir a sus respectivos trabajos y, en definitiva, toda  una compilación de pequeños momentos que contribuían a hacer de  su existencia algo irrepetible y cuya ausencia le daba ahora un tinte insoportable.

Aquella mañana, la del 20 de agosto, Luis, como era habitual en el salió apresuradamente con la corbata a medio anudar y el café en la mano, no hubo tiempo para despedidas, no quería perder el vuelo  que lo llevaría a la isla de Gran Canaria para una importante reunión de negocios, llevaba mucho tiempo preparando aquel evento, estaba nervioso y emocionado, si todo salía según lo previsto podría suponerle un ascenso.

 Daban las 16.45h y aquella  llamada del hospital lo cambió todo, Sara descolgó el teléfono, nada le hacía sospechar lo que había sucedido, señorita, le dijeron con voz tenue y temblorosa, le comunicamos que su pareja ha sido trasladada a nuestro centro herido de gravedad después de haberse accidentado durante el despegue el avión en el que viajaba, la hemos llamado por petición expresa de el, por favor no se demore en llegar, el pronóstico no es bueno. No acudió a tiempo, le abandonó la vida anhelando su llegada y eso la hacía sentir tan culpable, la doctora que lo atendió le notificó que lo último que dijo antes de perder la consciencia fue “te llevo conmigo señora Dalloway, eres mi vida”.

Así la llamaba cariñosamente desde que descubrió su  devoción incondicional a la vida y obra de Virginia Woolf que ella demostró desde que se conocieron cuatro años antes.

Desde ese día hacía lo imposible por enfrentarse a la rutina con diligencia acudiendo al trabajo y volviendo a sus labores diarias, tratando de normalizar su vida de nuevo, asumiendo su ausencia y a veces creía lograrlo, pero era tan injusto, le resultaba tan difícil.

Su visión de todo era diferente hoy y eso era lo único positivo que creía haber sacado  de lo que le había sucedido, ahora sabía bien que no tenemos la vida en propiedad ,que no nos pertenece, sino mas bien todo lo contrario, es ella la que dispone bajo su caprichoso criterio, la  que nos ofrece o nos niega a conveniencia y por eso estamos obligados a disfrutar de sus concesiones cada día , como si cada día fuera un regalo irrepetible e incomparable al anterior , por que así es en realidad.

Sara miró con pesadumbre el fondo de la taza vacía cuajada de restos de azúcar y pequeños posos de café y permaneció así algún tiempo, centrarse en cosas triviales aligeraba su dolor momentáneamente, después apagó el cigarrillo, se levanto del taburete y se dirigió hacia el baño,” hoy me pondré el traje gris y la sombra azul de ojos” se dijo en voz baja. Mientras se maquillaba el rostro pensaba en el día en que saldría a la calle con la cara lavada hacía la vida, sintiéndose de nuevo parte del mundo y deseando despertar de su oscura y profunda noche que duraba ya demasiado tiempo.

Saúl