Aquel día,
esa calurosa jornada de finales de Junio, uno de tantos otros días pasados por
agua sin pena ni gloria, deshojados en rutinas, sentenciados en
insignificancias cotidianas, habría de rendir pleitesía una vez más y pedirle
disculpas al mundo por no ver, no saber, desperdiciar otro gran día, uno más, uno de tantos…..
Daban las
siete y media del viernes y yo estaba a punto de finalizar mi jornada en el
hospital, el día había sido largo y me encontraba cansado pero eso venía siendo
habitual ya que trabajaba en otra empresa con horario matutino y al final de la
semana el agotamiento acumulado hacía mella en el ánimo.
Estábamos
haciendo la ronda rutinaria por los boxes, acomodando a los pacientes para la
cena y en el momento de la interrupción nos encontrábamos con Tomás; Tomás era
un señor mayor, entrañable, devorador insaciable de libros sobre los que
después contaba historias y reflexiones
increíbles que verdaderamente creaban adicción al que tenía la suerte de
escucharlas, no había pasado buena tarde pero siempre agradecía con una sonrisa
a cualquiera que le realizara los cuidados, fuera quien fuese, con trato
siempre respetuoso y cálido, además llevaba tiempo hospitalizado ya y no era la
primera vez que pasaba por nuestro servicio, pues su enfermedad le daba poca
tregua y sus recaídas eran algo habitual.
Como digo
nos encontrábamos con él mi compañera y yo cuando luisa, otra persona del
equipo entró en el habitáculo acristalado y nos contó que tras llover por mas de media hora había salido el sol
tímidamente y se había formado un arco iris casi perfecto que valía la pena
contemplar, de modo que nos insto a salir a verlo.
Tomás
entonces intervino en la conversación y nos solicitó con expresión emocionada
si cabría la posibilidad de llevarlo a el también a contemplar el fenómeno
meteorológico en cuestión, que era importante para él, nos dijo.
Dicho y
hecho, lo abrigamos convenientemente, le acomodamos los engorrosos goteros,
trajimos una silla de ruedas para poder transportarlo de forma adecuada y
finalmente lo condujimos a la terraza anexionada a nuestro servicio para que
Tomás pudiera contemplar su arco iris.
Lo cierto
es que la escena era hermosa, los pinos mojados del cerro cercano brillaban con
el reflejo de los últimos rayos de sol y el arco iris se presentaba de fondo,
amplio y definido con colores muy vivos, como pintados.
Tomás en
ese momento acabo de culminar ese lienzo con su visceral narrativa diciendo:
“Sabéis,
así veo yo mi vida, como un constante arco iris, nunca sabes con certeza cuando
se dejará contemplar, ni por cuanto tiempo, pero la espera de ese instante de
luz, fugaz, caprichoso, etéreo, justifica un siglo de lluvia gris, que humedece
de tristeza el alma y la enmohece, por eso sé que no he de preocuparme por la
lluvia, he aprendido a convivir con mi tiempo de espera, sigo aquí, por eso sé
que no debería preocuparme, no mientras llueva….”
Saúl Arazo Iglesias