viernes, 1 de agosto de 2014





Mientras llueva  


Aquel día, esa calurosa jornada de finales de Junio, uno de tantos otros días pasados por agua sin pena ni gloria, deshojados en rutinas, sentenciados en insignificancias cotidianas, habría de rendir pleitesía una vez más y pedirle disculpas al mundo por no ver, no saber, desperdiciar otro gran  día, uno más, uno de tantos…..
Daban las siete y media del viernes y yo estaba a punto de finalizar mi jornada en el hospital, el día había sido largo y me encontraba cansado pero eso venía siendo habitual ya que trabajaba en otra empresa con horario matutino y al final de la semana el agotamiento acumulado hacía mella en el ánimo.
Estábamos haciendo la ronda rutinaria por los boxes, acomodando a los pacientes para la cena y en el momento de la interrupción nos encontrábamos con Tomás; Tomás era un señor mayor, entrañable, devorador insaciable de libros sobre los que después contaba historias y reflexiones  increíbles que verdaderamente creaban adicción al que tenía la suerte de escucharlas, no había pasado buena tarde pero siempre agradecía con una sonrisa a cualquiera que le realizara los cuidados, fuera quien fuese, con trato siempre respetuoso y cálido, además llevaba tiempo hospitalizado ya y no era la primera vez que pasaba por nuestro servicio, pues su enfermedad le daba poca tregua y sus recaídas eran algo habitual.
Como digo nos encontrábamos con él mi compañera y yo cuando luisa, otra persona del equipo entró en el habitáculo acristalado y nos contó que tras llover  por mas de media hora había salido el sol tímidamente y se había formado un arco iris casi perfecto que valía la pena contemplar, de modo que nos insto a salir a verlo.
Tomás entonces intervino en la conversación y nos solicitó con expresión emocionada si cabría la posibilidad de llevarlo a el también a contemplar el fenómeno meteorológico en cuestión, que era importante para él, nos dijo.
Dicho y hecho, lo abrigamos convenientemente, le acomodamos los engorrosos goteros, trajimos una silla de ruedas para poder transportarlo de forma adecuada y finalmente lo condujimos a la terraza anexionada a nuestro servicio para que Tomás pudiera contemplar su arco iris.
Lo cierto es que la escena era hermosa, los pinos mojados del cerro cercano brillaban con el reflejo de los últimos rayos de sol y el arco iris se presentaba de fondo, amplio y definido con colores muy vivos, como pintados.
Tomás en ese momento acabo de culminar ese lienzo con su visceral narrativa diciendo:

“Sabéis, así veo yo mi vida, como un constante arco iris, nunca sabes con certeza cuando se dejará contemplar, ni por cuanto tiempo, pero la espera de ese instante de luz, fugaz, caprichoso, etéreo, justifica un siglo de lluvia gris, que humedece de tristeza el alma y la enmohece, por eso sé que no he de preocuparme por la lluvia, he aprendido a convivir con mi tiempo de espera, sigo aquí, por eso sé que no debería preocuparme, no mientras llueva….”



Saúl Arazo Iglesias

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